Si
hay algo indiscutible, es que el movimiento anarquista argentino, estuvo desde
sus inicios, muy vinculado al movimiento obrero, del cual era parte, porque sus
mismos militantes eran trabajadores.
Como
ejemplo, se puede citar el caso de los obreros panaderos, sindicato famoso por
su combatividad pero también por lo que dejaran en la cultura popular, hasta en
términos alimenticios. Los nombres de las facturas que los argentinos comen hoy
en día, fueron puestos en forma de burla, de los obreros panaderos, para con
todo lo que desde el anarquismo se quería y se quiere aún hoy combatir. Por
ello las facturas llevarán el nombre de “vigilantes”, en forma de rechazo a la
policía, “cañoncitos”, en desprecio a lo militar, las denominadas “bolitas de
fraile” o los “sacramentos”, en obvia alusión a lo clerical, como así también
el hoy conocido “pirulín” o “pirulo”, otrora “suspiro de monja”, cuya
explicación está de más, dada su evidente forma fálica.
Pero
ponemos el caso de los panaderos o el de las cooperativas obreras, cuyo mayor
exponente fue el aperitivo “Amargo Obrero”, siendo sus colores rojo y negro, propios
del anarcosindicalismo, para demostrar cómo el anarquismo dejó una profunda huella
en lo popular, barrida luego con los distintos golpes militares, o la quema sistemática
de sus bibliotecas y la toma de sus sindicatos, en tiempos del peronismo, mientras
sus últimos militantes eran apresados o expulsados con la Ley de Residencia, hecha
para expulsar anarquistas, desde 1902 hasta el gobierno de Frondizi, que sería quien
la anulara. (1)
Qué
decir de los clubes sociales y deportivos fundados por libertarios. Los casos más
famosos serán el del club “Chacarita”, o el antaño “Mártires de Chicago”, hoy “Argentino
Juniors”, fundado en una biblioteca anarquista, en 1904. Como así también muchísimos
clubes de barrio de ciudades como Rosario (la “Barcelona argentina” por su gran
movimiento libertario) que aún hoy conservan nombres sugestivos como el de los clubes
“Libertad”, “Luchador”, “Ideal”, “Nueva Era”, “Aurora”, etc.
Pero algo no muy conocido hoy, y que es motivo de ésta nota, es la aparición del vehículo popular conocido tiempo después como “colectivo”, en el que tuvieron mucho que ver los anarquistas del sindicato de choferes, adheridos a la F.O.R.A (Federación Obrera Regional Argentina), organización anarquista nacida como F.O.A, en 1901, y que llevará su nombre definitivo a partir de su cuarto congreso, en 1904.
En la invención de éste transporte estuvieron directamente involucrados el renombrado militante libertario Diego Abad de Santillán (2), redactor y director del periódico anarquista “La Protesta”, y un anarquista gallego, menos famoso, llamado José “Saluto” López Luis (3), dando vida a la creación del colectivo, en el contexto de la terrible crisis económica que afectó a varios países, entre 1928 y 1930.
En sus “Memorias” (4), Abad de Santillán nos cuenta, tras un título denominado “Los colectivos y los colectiveros”, lo siguiente: “Hubo en 1928 una crisis deprimente de los servicios de taxímetros en Buenos Aires; pasaban los meses y aquella situación no mostraba perspectivas de un fin próximo. El gremio de taxistas sufría las consecuencias del poco uso de sus coches que circulaban horas y horas vacíos, consumiendo inútilmente nafta. Algunos taxistas optaron por arrinconar su coche en espera de tiempos mejores o para siempre, y procuraban buscar otra actividad para obtener el pan cotidiano.
Teníamos una estrecha vinculación con el gremio de chóferes; los afectados por la crisis pasaban a todas horas por la redacción para hacernos conocer sus puntos de vista y conocer los nuestros. Se hablaba de pedir ayuda al municipio de la Capital Federal a fin de no privar a la ciudad de un servicio público como el que mantenían. A esas peticiones al gobierno o al municipio me opuse terminantemente. Y por más que me esforzaba por hallar una salida honrosa, no se me ocurría ninguna, y el porvenir del gremio, en el que contaba con tantos amigos me atormentaba tanto como a los que padecían aquella situación, que tenía visos de prolongarse.
Entre las docenas de taxistas que acudían al diario para comprobar si teníamos algo como la piedra filosofal para descubrir alguna luz, menciono a uno solo, Juan López (sic), gallego, esperantista, que firmaba sus colaboraciones en nuestra prensa con el seudónimo “Saluto”(5). Solía traerme informaciones de los países de Oriente de China, Japón, la India, que tomaba de publicaciones en esperanto de aquellos países. De apariencia quijotesca, al volante de su vehículo, viejo y maltrecho, al verle me recordaba a caballero de la Mancha y a su Rocinante. Descartado lo del recurso al municipio, ¿qué hacer? Y fue entonces cuando se me ocurrió lo siguiente: en lugar de circular con los taxímetros
al azar en busca de pasajeros, habría que obrar de otro modo, ponerlos en
filas, con recorridos fijos, de tal lugar a tal otro, como los tranvías
eléctricos y con una tarifa baja, popular, equivalente a la de los tranvías.
El
amigo Juan López se entusiasmó con esa idea, que le pareció excelente, y quedamos
en que la expondría en la primera asamblea de gremio, y así lo hizo.
En la nutrida asamblea del
local de la calle Bartolomé Mitre al 3200, la proposición fue tomada con sorna
por algunos y muy en serio por otros. Me dolió un tanto que entre los que
intentaron ridiculizar, aunque sin éxito, aquella solución, estaban militantes
muy conocidos de la F.O.R.A.
No obstante esa actitud de
unos pocos que se consideraban en posesión de la verdad suprema, un par de días
después comenzaron a formarse líneas de taxímetros con recorridos fijos,
señalados en un tablero en la delantera de los coches. El taxi particular, se
convirtió en taxi colectivo. Eran coches grandes: podían transportar con unos
asientos fácilmente agregables, hasta seis pasajeros. Avanzaban rápidamente y
competían con éxito con los tranvías; la población de Buenos Aires tomó esos
vehículos con simpatía.
En pocas semanas no
alcanzaban los taxis de la gran ciudad para cubrir las líneas establecidas
espontáneamente. Fue todo un éxito, un éxito con amplio respaldo popular.
El gremio entero, que andaba
cabizbajo, triste, desanimado, mostró en pocos días la sonrisa del triunfo.
El taxi colectivo fue el
vehículo favorito de Buenos Aires, hasta el punto que los tranvías circulaban
casi vacíos, como circulaban antes los taxis. Y como se trataba de intereses
extranjeros, ingleses, hubo reclamaciones y protestas, pero el presidente Yrigoyen
se mostró firme y tomó el partido y la defensa de los colectivos y los colectiveros.
Hubo contratiempos y alteraciones con el cambio de gobierno y la entrada en el
mismo de representantes del capital inglés pero los tranvías acabaron por desaparecer
unos años más tarde.
El
primitivo taxi colectivo fue transformado en microómnibus, que manejaba el mismo
conductor, sin ayuda extraña, de cobradores de los boletos. Los microómnibus siguieron
llamándose colectivos, y fue con ellos con lo que se hizo posible el conglomerado
urbano bonaerense, disperso en numerosas pequeñas ciudades, como una unidad
funcional.”
Llama
la atención que historiadores como Horacio N. Casal, en su obra “Historia del
colectivo”, nombre a los taxistas Páez, Rodríguez, Manuel Pazos, Rogelio Fernández,
Lorenzo Forte, Aristóbulo Bianchetti y Felipe Quintana, como a los autores
de
la invención del colectivo, insistiendo en la argentinidad de todos los
citados, y nada mejor para seguir con el mito que dar inicio a esa historia en
un cafetín de Buenos Aires.
(6)
Aunque
el mismo autor señala la combatividad del gremio de colectiveros, que aún en
1936, en plena huelga y conflicto entre choferes y Estado (más los intereses británicos
detrás) tendrá como delegados a los anarquistas Miguel Abadie y José Escudero,
como así también, para el mismo año, los colectiveros en conjunto se solidarizarán
con la República Española, en vísperas del levantamiento militar de Francisco
Franco y el auge del fascismo español. (7)
Y
si algo fortalece nuestro análisis, véase sino lo dicho por el doctor Corona Martínez,
en su defensa realizada hacia los 37 obreros anarquistas del sindicato de choferes
de taxi y los lavadores de autos, que sufrieron en 1932, junto a los panaderos,
la persecución estatal, siendo procesados por “asociación ilícita”, y siendo su
local de calle Bartolomé Mitre, allanado en 1930, y en junio de 1932, con
cientos de militantes detenidos. Fue un montaje estatal, para debilitar a los
tres sindicatos más combativos de la F.O.R.A. En su defensa, el abogado Corona
Martínez, señala:
“La
aplicación del automóvil al transporte colectivo de pasajeros se inició, desarrolló
y progresó en esta ciudad por la “Unión Chauffeurs” y por obra de sus afiliados.
En efecto, los primeros ómnibus, pequeños y con todas las imperfecciones de una
industria incipiente, fueron puestos en circulación por miembros de “Unión Chauffeurs”,
constituyendo líneas cuyos coches, como los actuales de colectivos, no eran de
una empresa, sino de numerosos propietarios de un solo coche, dándose el caso frecuente
de dos o tres condominios de uno de ellos. Vinieron después las grandes
empresas
que explotaron para su exclusivo lucro la iniciativa de los esforzados “pioneers”
obreros, quienes fueron desplazados por la competencia de los que disponían de
capital para lanzar a la circulación coches grandes y cómodos.” (8)
Luego,
el mismo abogado, señala el enorme aporte de éste sindicato a los avances
tecnológicos que significó la aparición del auto colectivo, la solución transitòria
que representó en tiempo de crisis, y la posibilidad concreta de combatir la
terrible desocupación de la época para muchos taxistas sin trabajo. Destacando
el hecho de que una “asociación ilícita” de delincuentes, no podría tener esos
lazos de solidaridad y de apoyo mutuo entre los trabajadores, como su aporte a
nivel social, con la aparición del colectivo.
Hay
que destacar que en la primera Comisión Administrativa y como fundador del
sindicato de choferes de taxi, aparece José López Luis, alias “Saluto”, en
1924, junto a otros anarquistas. Los primeros autos colectivos llevaban de 7 a
10 personas, y el primer recorrido era Lacarra, Flores, Plaza de Mayo, a un
precio de 10 centavos por persona.
Por
su parte, “Saluto” López será deportado de Argentina, y fusilado por los franquistas
en plena guerra civil española, mientras Abad de Santillán también regresa a su
país y será figura destacada de la revolución libertaria llevada a cabo en
España. (9)
JUAN
MANUEL FERRARIO
Como
se ve, los autos colectivos no diferían demasiado en aspecto de un automóvil
normal, excepto por su tamaño. En la foto, se ve una unidad de la entonces
línea 26, actual 56 (Foto: Archivo General de la Nación).
(1)
En los años 30 la misma ley será usada para expulsar a muchos militantes comunistas.
(2)
Cuyo nombre real era Sinesio Baudilio García Fernández, autor entre otros libros
de “El movimiento anarquista en la Argentina”, “El organismo económico de la
revolución”, “Reconstrucción Social”, “Por qué perdimos la guerra”, por citar
sólo algunas de sus obras.
(3)
José López Luis, conocido como “Saluto”, era oriundo de la localidad gallega de
Baiona.
(4)
“Memorias”, Diego Abad de Santillán. Editorial Planeta. Barcelona, 1977. Páginas
125 y 126.
(5)
Creemos que aquí Abad de Santillán confunde el nombre de José, por Juan, es que
en el mismo sindicato de choferes había otro militante anarquista llamado Juan
López, a eso atribuimos posiblemente este error, ya que se podría equivocar de
nombre pero no de apodo.
(6)
“Historia del colectivo”, Horacio N. Casal. Centro Editor de América Latina. Buenos
Aires, 1971. Página 12.
(7)
Horacio N. Casal. Op. cit. Páginas 82 y 110.
(8)
“La F.O.R.A ante los tribunales”. Los procesos por “Asociación Ilícita” a los sindicatos
Panaderos, Chauffeurs y Lavadores de autos. Defensa de los doctores Corona
Martínez y Palacio Zino. Páginas 102, 103, 104, 122 y 123. Editado por el
Comité Pro Presos y Deportados de la F.O.R.A. Buenos Aires, 1934.
(9)
Recomendamos el documental “A volte das nove”, sobre la vida de “Saluto” López,
realizado por Antonio Caeiro, cuyo adelanto puede verse en
www.ofaiadoproducions.blogspot.com
SALUT I BON VIATGE
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